
PSICOLOGÍA
Híperestimulación e hipoestimulación
En tiempos en donde se utiliza en forma considerada el término ESTIMULACIÓN, encontramos diversas definiciones sobre la misma:
* La estimulación es aquello que los adultos hacen con los niños pequeños. Haydee Coriat .Pedagogía de la crianza .Rosa Violante. Ed. Paidos. 2008
* La estimulación o incentivo es la actividad que se le otorga a los seres vivos para un buen desarrollo o funcionamiento, ya sea por cuestión laboral, afectiva o física. La estimulación se contempla por medio de recompensas o también llamados estímulos. La mayor parte es por dinero, por afecto o por ciertos métodos de ejercicios, por lo cual se incita a realizar acciones mejor elaboradas. http://es.wikipedia.org
* Mecanismo por el cual se incrementa o se hace posible una determinada función. Puede clasificarse según el tipo de función (acústica, eléctrica, hormonal, inmunológica) o por la vía a través de la cual se produce (percutánea, transdérmica, intratecal). http://www.definicion-de.es.
Es así como a partir de la estimulación, surgen diversos interrogantes acerca de factores favorables y desfavorables que intervienen en la estimulación de los niños. La Hiperestimulación y la hipoestimulación son dos de estas interrogaciones.
En los casos de hiperestimulación, existe una sobredosis, una imposición de actividades y de objetos que le impide al niño fijar su atención en ellos o establecer una meta para realizar una actividad y ejercitarla antes de pasar a otra sin haber terminado o dominado la primera […] la conducta exploratoria […] se resiente por el permanente cambio de actividad fomentado por el adulto que le propone sin descanso estímulos aleatorios en rápida sucesión.
[…] la hipoestimulación son aquellas situaciones en las que los bebés no tienen a su alcance objetos diferentes para explorar ni tampoco un adulto con quien interactuar.(Julia Ferrari de Prieto)
Los excesos son perjudiciales y desfavorables para el desarrollo de los niños. Tanto en los casos de sobreestimulación, como en los que falta estimulación, pueden provocar daños en la vida del niño, manifestándose de diferentes maneras, como por ejemplo: dispersión, hiperactividad, déficit de atención, impulsividad, perturbaciones del sueño, bajo autoestima, influyendo en muchos casos desfavorable y perjudicialmente en la escolaridad de los pequeños.
La continua sobreestimulación auditiva, visual -a la que se ven expuestos los niños- ejercida por la radio, la computadora, el televisor, los juegos de red, sumada a la estimulación intensiva de muchos padres y abuelos, que intentan convertir a sus hijos en seres superdotados, provocan una condición de estrés o ansiedad en el pequeño que lo mantiene acelerado durante el día y cuando llega la noche, interfiriendo así en la conciliación y mantenimiento del sueño.
La hora del sueño debería ser un momento cálido, tranquilo y acogedor. Los niños, para poder dormir tranquilamente, necesitan un ambiente cálido, muy sereno, un ritmo pausado, volver a escuchar cuentos, y no el estruendo actual de muchos hogares, en los que, además, se les estimula de forma arrolladora sin saber bien en muchos casos con qué objetivos.
Los niños deben seguir su propio ritmo y no el ritmo de un mundo adulto, ya de por sí extraordinariamente acelerado. Seguir los ritmos naturales es sinónimo de salud y bienestar, y especialmente para los más pequeños. Para un desarrollo saludable, es importante incentivarlos mediante el afecto, la contención, el juego, la comunicación, logrando un equilibrio en la estimulación.
Es aconsejable que los padres aprendan a conocer a sus hijos, e identifiquen su estilo propio en la forma de procesar los estímulos, sus umbrales de percepción sensorial , y sus estilos de respuestas. Se debe considerar la etapa del desarrollo que el niño está viviendo y las necesidades del momento de recibir tal o cual estímulo, de manera que este sea apropiado.
En los casos de falta de estimulación, en donde el niño no tiene a su alcance elementos con qué relacionarse; ni objetos para manipular, jugar, explorar, ni personas con quienes interactuar; con quienes pueda mirarse, balbucear, sonreír. Los pequeños pueden sufrir dificultades en su desarrollo psicológico, social, emocional. Esto puede retrasar el desarrollo de sus habilidades sociales, emocionales e intelectuales. En algunos casos se observan conductas agresivas e indiferencia cuando alguien les demuestra afecto.
Cuando los estímulos son escasos y limitados el desarrollo de los niños es más lento. La falta de estimulación también puede influir en el desarrollo del lenguaje y en la forma en la que establecen las relaciones interpersonales, en el autoestima del niño y en el concepto que tiene de sí mismo.
Los tiempos se han ido transformando, aparejando con ello variabilidad en concepciones sobre; enseñanza, crianza, educación, infancia. Una conveniente y adecuada dosis de estimulación puede ser conveniente en algunos casos. Pero, en otros, puede crear el efecto contrario. El mundo -en el que viven los neonatos que nacen en estos tiempos- ya está mucho más acelerado de lo que lo fue el tiempo de sus antepasados. Quizás nuestra especie no ha evolucionado para adaptarse a tan terrible cambio.
Los chicos también cambiaron y se relacionan de un modo diferente al que se acostumbraba hace décadas. Y la escuela es el ámbito que más se resiente y modifica, porque mientras mantiene los principios del siglo XIX –chicos quietos en las aulas y atentos a la “señorita maestra”–, los alumnos actuales reciben una estimulación permanente. Son modelo siglo XXI. Y la sociedad los está enfermando.
Lo urgente hoy no es acelerar el aprendizaje de los pequeños, sino desacelerarlo y volver a ponerlos en contacto con los estímulos que forman parte de su continuum y no de un mundo de adultos. Es decir, con los estímulos que recibieron también los millones de generaciones anteriores a la suya, que no fueron, precisamente, estímulos electrónicos, que empobrecen la percepción que tenemos del mundo.
Síndrome del niño aburrido
En lugares con carencia de ambiental, es fácil encontrar “el síndrome del niño aburrido”, que es la antesala de la depresión futura. En hogares e instituciones carentes que no pueden cumplir de forma adecuada con los cuidados que los niños pequeños demandan, los niños pueden adoptar conductas disfuncionales, como incremento no natural de las horas de sueño, comportarse pasivamente como niños que no dan trabajo. Otra de las conductas que pueden aparecen son las de rocking o balanceo, que implican el retiro del interés por el mundo exterior y marchan a contramano de lo que debe ser un desarrollo socio afectivo y cognitivo para el niño que; descubre todos los días algo nuevo, ejercita una relación en desarrollo que se va complejizando, en un lugar donde interactúa con pares y adultos que son su referente y constituyen una base segura para el niño.
LOS NIÑOS Y LOS LÍMITES
El límite es una línea o frontera que separa dos zonas. La zona de lo permitido abarca todo aquello que podemos hacer en un contexto determinado y la zona de lo prohibido incluye todas aquellas conductas que no se corresponden con la modalidad de funcionamiento en un determinado contexto. Cuando alguien intenta poner un límite, lo que hace es indicarle a la otra persona cuando está por dejar una zona para entrar en la otra.
Cuando hablamos de límites no estamos haciendo referencia a represiones, castigos, sanciones, o penitencias, sino a la salvaguarda y prudente de los valores que sí hacen a una buena vida humana. Eso que llamamos límites es una saludable orientación acerca de las buenas conductas humanas.
En todo lo relacionado y vinculado con los límites interviene el área de lo cognitivo, lo afectivo, y lo motriz- corporal.
Dimensiones de los límites:
• Dimensión positiva o incluyente; los límites desde esta dimensión nos afirman qué es la cosa de la cual se trata. Hace comprender con facilidad lo que se puede esperar de ella, aquello en lo que es válido o razonable emplearla.
• Dimensión negativa o excluyente; esta dimensión señala lo que la cosa, el sujeto, o la acción, no es, y lo que no le corresponde. Los límites señalan lo que es y lo que no es, por lo tanto, lo que corresponde y lo que no corresponde.
Diferentes límites:
• Normas y límites físicos; normas que se desprenden de límites que están en las cosas, como los bordes de un río o las aristas de una piedra, o las hojas de papel.
• Normas y límites sociales; nacen de las tradiciones, usos y costumbres de los grupos sociales. Tienen menor formalidad que los “legales”, y pueden llegar a contener una notable fuerza en la conciencia colectiva del grupo.
• Normas y límites legales; se trata de un ordenamiento establecido por la autoridad competente para promover un bien determinado en la comunidad, o para evitar un peligro o un daño.
• Normas y límites morales; son complejos, debido a que no tienen un origen preciso y definido. Las normas morales puede ser de origen religioso o racional. La racionalidad descubre los valores en la exigencia de esta norma.
• Los límites en la escuela y en la familia
Los años escolares son los años de aprendizaje más importantes de la vida en cuanto al desarrollo físico, emocional, e intelectual. Cuando los preescolares se hallan en estado óptimo, son curiosos, ingeniosos, desbordantes de entusiasmo e independientes. En su peor estado son tercos, cohibidos, y apegados. Por su personalidad variable y su incapacidad de usar la lógica de los adultos son personas difíciles para quiénes deben inculcarles las normas de conducta.
Los preescolares viven en un mundo desafiante tanto para ellos como para sus padres. Entre los padres y los niños hay, generalmente, una diferencia de edad de por lo menos veinte años y una diferencia de años luz en cuanto a experiencia, capacidad de razonar, y capacidad de autodominio.
Los niños tienen sus propias necesidades, sentimientos y deseos. Durante sus primeros cinco años de vida se esfuerzan por convertirse en seres humanos independientes y se rebelan contra el hecho de que los críen personas mayores.
La familia constituye el primer grupo social al que pertenece el niño, en el que aprende a convivir. El establecimiento de normas y límites en el contexto familiar supone uno de los factores de protección más significativos para reducir la probabilidad de aparición de conductas de riesgo, tanto en la infancia como en la adolescencia. El papel de los padres en este ámbito se centra en establecer y aplicar normas claras, pertinentes y razonables.
En medio de los miedos a los hijos, miedos a los límites, miedo a perder la simpatía, los padres han aprendido a decir solamente sí y se reprimen con el no, como si fuera maléfico. El no, es parte del sí. El sí estimula a la acción, el no al crecimiento. Estamos hechos de complejas configuraciones. El impulso egoísta prevalece en la consecución de nuestros fines que son, de superioridad con el otro. La solidaridad se logra con el no que frena esos impulsos y procura desarrollar la tendencia a la colaboración, que es el proceso educativo central.
La tarea que enfrentan los padres de los preescolares es enseñarles, a un nivel que puedan entender, a comportarse apropiadamente en su mundo privado, tanto en la casa como en público. Como preceptores de disciplina infantil, los padres deben servir de modelo, para la clase de conducta que desean enseñar, y comunicarles a sus hijos los valores personales en forma tal que los valores sean tan importantes para los más pequeños, como lo son para ellos mismos.
Actualmente las instituciones educativas perciben que los padres depositan en el Jardín cuestiones que antes estaban en el ámbito de lo familiar; situaciones de salud de los niños, puesta de límites, decisiones de pareja o familiares. La demanda de los padres es que ofrezcan soluciones o de hecho se hagan cargo de resolver esas situaciones.
Quizá a los padres les está faltando procesar ciertos modelos, hacerse ciertas preguntas y buscar respuestas. Resulta interesante poner la mirada en los padres porque el tema de los límites es un tema que los involucra.
Es habitual que las escuelas avancen mucho más en temas didácticos y pedagógicos que en temas institucionales y vinculares. La escuela como institución es un quipo interno y tiene que salir a vincularse con un equipo externo que es la familia. Si no está claro el adentro, si no se han establecido con precisión valores o proyectos o normativas, entonces la escuela abre sus puertas a lo que vengan a requerir.
La orientación de los padres está prevista como una de las funciones de los educadores, de los directivos y de los docentes. La escuela debe explicarle a los padres de qué se hacen cargo y de qué no y debe devolverles sus funciones, ayudándolos así a hacerse cargo de ellas.
En muchos casos las instituciones educativas creen que “poner límites” es ser autoritario, por lo que resulta importante reflexionar sobre esta idea de los límites. Es necesario considerar que algunas normas, pautas, límites que forman parte del Jardín, son diferentes de los que los niños comparten en sus hogares. Por lo que resulta indispensable la inclusión en el trabajo con los niños la inserción del grupo familiar.
Instalar en el Jardín reuniones entre directivos, maestros y padres para abordar dudas e inquietudes resulta favorecedor en la tarea cotidiana con los límites.
Es importante que los docentes tengan en cuenta que: Los límites no tienen sentido si no es a partir del tipo de sociedad que quieren ayudar a formar: una sociedad en donde exista la posibilidad de convivir.
• La edad y los límites
Los niños viven un periodo de rápido crecimiento y desarrollo que representa una clara diferencia frente a la relativa estabilidad de los adultos. Además de los cambios físicos asociados con la maduración, existen importantes cambios sociales, cognitivos y mentales que tienen profundas repercusiones para la psicopatología infantil.
La edad se presenta como uno de los aspectos más importantes a tener en cuenta, en la consideración y pronóstico de una conducta infantil, dado que lo que puede resultar como absolutamente normal en una edad determinada puede que ya no lo sea en otra edad (pelearse, mojar la cama, miedos o actividad sexual). Conductas de este tipo son consideradas de un modo muy distinto y tienen un pronóstico diferente según la edad del niño que las manifiesta.
Marcarles claramente a los niños las reglas y normas en la casa, y para la vida, es fundamental para que ellos encuentren contención, seguridad y se sientan amados.
La educación sobre las normas tiene características diferentes en función de la edad.
Los primeros límites del bebé son los hábitos de alimentación, higiene, sueño y cuidado con los que lo educan los papás. Con estas rutinas, él, poco a poco, entiende que hay un orden, una manera de hacer las cosas y que alguien está pendiente de él. También adquiere límites físicos cuando después de un tiempo diferencia entre el cuerpo de la madre y el de él; entonces aprende dónde terminan los otros y dónde empieza él.
A medida que el niño crece es clave marcarle el camino de acuerdo con la edad. A los dos años seguramente se untará al comer, regará en la mesa, etc. Por lo tanto, no será adecuado pedirle en este momento que se comporte como un adulto a la hora de comer, pero seguramente a los nueve años, ya no deberá comportarse de esta manera en la mesa.
Los límites deben ser claros. Es definitivo que los niños entiendan lo que los padres desean: que se laven los dientes antes de acostarse, que no le griten a la abuela, que recojan sus juguetes. Las normas no pueden ser confusas ni imposibles de cumplir para su edad.
Cuando los hijos son todavía pequeños, la indicación de las pautas ha de ser directiva, porque en este periodo la moral es básicamente externa. Inicialmente el niño cumple la norma, no porque la vea razonable, sino porque es impuesta. Aprende que es algo que hay que hacer si quiere conseguir su objetivo (alabanzas, sonrisas…) pero lo hace porque se lo mandan, no porque lo considere conveniente. Sin embargo, es aconsejable comenzar desde edades tempranas a explicar “el porqué” de cada norma, para que progresivamente comprendan su significado social.
Al principio del aprendizaje de una conducta se debe reforzar positivamente de manera constante y, a medida que se va consolidando el comportamiento, disminuye la necesidad de premiar. Cuando los hijos aprenden a hacer cosas que se consideran adecuadas dentro y fuera de la convivencia familiar, se les debe hacer saber que actúan correctamente.
A medida que los hijos van creciendo se debe tratar de llegar a un acuerdo sobre las normas, que satisfaga tanto a padres como a hijos, pero en el caso de que no sea posible alcanzar un acuerdo, es fundamental señalar que siempre prevalecerá el criterio adoptado por los padres.
Cuando los niños llegan a la adolescencia surgirá el enfrentamiento a la norma y hay que ser capaz de argumentar los motivos y hacer ver la necesidad de la norma. En la adolescencia es aconsejable la negociación de las normas accesorias, esto permitirá, por un lado, conseguir un grado aceptable de cumplimiento, y en segundo lugar, enseñar a los adolescentes a tomar decisiones y a considerar los pro y contras de cada opción.

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